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Vida

En cierto modo desconocido en España, Henri Lenaerts fue un autor reconocido internacionalmente, especialmente en Bélgica, donde sus obras presiden lugares públicos relevantes.

Nace en Molenbeek en 1923, donde estudia en la Academia de Dibujo y de las Artes Decorativas. Posteriormente, continúa su formación en la Academia de Bellas Artes de Bruselas. Fue profesor de escultura en Nivelles y en la Academia de Watermael-Boitsfort.

En sus comienzos se inclinó por representar casi de forma natural los personajes de la vida campesina. Evita el ultrarrealismo pero transmite la solidez y el equilibrio que se consigue de la relación, convivencia e integración con la naturaleza. En esta etapa, sus obras se caracterizan por la ausencia de todo detalle ornamental o anecdótico.

En 1962, después de numerosos viajes donde narra en sus escritos que “las estrellas, la arena y el río le hablaban”, se traslada a la India. Allí se sumergió en el pensamiento védico. Permaneció varios años becado por la UNESCO para estudiar la cultura india. Se doctoró en Filosofía Hindú por la Universidad de Benarés, con un trabajo sobre el pensamiento tántrico, por el que recibió el Premio a la Mejor Tesis Doctoral. Estos estudios influyen en su creación artística.  Busca de manera más acentuada la unión de la forma y el espíritu. A partir de ese momento, la investigación se intensifica, aumenta la parte abstracta y se complejiza. De forma simultánea se puso en contacto con la sección de escultura de la Universidad de Benarés. Allí modelo en escayola un yogui meditando, a tamaño natural. Esta obra se encuentra hoy en la Universidad de Louvain-la-Neuve.

En la India, becado por la UNESCO, se doctoró. Su trabajo de investigación mereció un premio extraordinario.

En su vuelta a Europa y tras asentarse en Irurre, un hermoso pueblo del Valle de Guesalaz (Navarra), toma especial importancia su preocupación por los excesos de la tecnología en los modos de vida del mundo occidental. Esta inquietud se ve plasmada en sus dibujos y esculturas.

Pasa sus últimos 35 años en Irurre. En esta localidad navarra encuentra sosiego y tranquilidad para seguir creando, estudiando y enseñando sus pensamientos a través de actividades relacionadas fundamentalmente con los principios filosóficos que marcaron su vida desde sus viajes a la India. Entre ellos la práctica del yoga.

Su vida cotidiana se desarrolla en contacto directo con la naturaleza. Realiza diariamente labores agrícolas, se siente parte del entorno en el que vive. Esa experiencia nutre su espíritu y alienta su talento investigador.

Durante cinco años organizó en el pueblo cursos de yoga en colaboración con el profesor de Claude Maréchal. El propio Henri enseñó el pensamiento hindú. Estas influencias se constatan en su obra.

Su proyección internacional está representada por los trabajos realizados para el Ministerio de Trabajos Públicos de Bélgica (Escuela de Reeducación de Wauthier-Braine, Reloj Monumental de l’Albertine de Bruselas, entre otros). El estado belga adquiere sus esculturas para la colección del Museo de Arte Moderno de Bruselas, así como para las plazas públicas de Ostende, Turnhout, Meise y Bruselas. Numerosas entidades privadas cuentan con sus esculturas: Générale de Banque, la Morgan Guaranty Trust, y la Universidad Católica de Lovaina entre otras.

Por último, para entender la importancia y singularidad de Henri, debemos hacer mención de las numerosas distinciones que durante su vida obtuvo, entre las que están: la Orden de Leopoldo, Premio Luis Schmidt, Premio Berthe Art, Premio Koopal, Premio de Escultura en Forest, Premio de la Obra Nacional de Bellas Artes, Oficial de la Orden de Leopoldo y Oficial de la Orden de la Corona.

La vida, pensamiento y obra de Henri es, sobre todo, búsqueda e investigación para elaborar una consciencia que permita a hombres y mujeres comprender el significado de su realidad vinculándose con la naturaleza, sintiéndose un microcosmos, una traza del universo.

Pensamiento

La inquietud por saber, por comprender al ser humano, es el eje del pensamiento de Henri Lenaerts.

Su obra intelectual y artística constituye una continua exploración del equilibrio físico, psíquico y mental del hombre y de la mujer.

A través de un intenso programa de investigación personal muy exigente, Henri adquiere unos conocimientos que ofrece a los que se acercan a él invitando a que cada uno se esfuerce y practique para poder alcanzar la paz espiritual. Organiza cursos en su casa, da conferencias y participa en distintos foros intelectuales y artísticos. A Henri le inquietaba que se olvidara la necesaria armonía que ha de existir para que la humanidad avance hacia una mejora de las condiciones de vida.

La rapidez y la inconsciencia que observaba en el mundo que le tocó vivir le generaban inquietud. “Lo que llamamos la vida social, escribía, no es hoy más que un torbellino de contradicciones”. Le alarmaba la poca importancia que se otorga al conocimiento, a la comprensión. Sus estudios de pensamiento tántrico, le habían proporcionado recursos para vivir con tranquilidad y felicidad.

Este descubrimiento personal, esta experiencia de vida con hondas raíces en el pensamiento tradicional, lo transmite en cada uno de sus escritos, en cada una de sus creaciones y en sus muchos silencios. Henri callaba con la coherencia de quién está convencido de que hay grandes acontecimientos que ocurren en silencio y que, además, detrás de todo lo visible hay más cosas que para percibirlas hay que saber escuchar.

Es preciso destacar que el conocimiento posee, siempre para Henri, una dimensión práctica que lleva a una mejora de la vida humana. Diariamente el yoga era una herramienta que le servía para entregarse a la serenidad y al sosiego necesario para experimentar una honda sensación de unidad, de armonía global del ser humano con el todo. “Como los ríos desaparecen en el mar y pierden su nombre y su forma, así el sabio, escribe, liberado del nombre y de la forma, se funde en la persona divina que todo lo supera”.

Había aprendido, a través de su tesis doctoral, que el elemento esencial del pensamiento védico es que formamos parte de un todo organizado, un único cuerpo que es el instrumento de todas las melodías. La sabiduría, ese no sentirse preso de alguien, de un lugar, o de un deseo inalcanzable, consiste -para él- en conocer y disfrutar de esa melodía adecuando nuestro comportamiento, dado que somos parte de la naturaleza, partes del universo que queremos descifrar.

La curiosidad y la voluntad de profundizar hicieron de Henri un hombre coherente, con gran energía vital que despliega en lo que considera el auténtico ritual, los actos de la vida cotidiana. “Construimos nuestra vida día a día, hora a hora”, afirmaba.

Obra

Aunque parte de su obra se conserva en Irurre, la gran mayoría está repartida a lo largo de todo el mundo.

A su regreso a Europa, Henri vuelve a trabajar el bronce con una dedicación cotidiana muy intensa. Durante 35 años de estancia en Irurre (1971-2006) crea un gran número de piezas. Aborda en ellas todo el proceso creativo: del sentimiento pasa a la idea, la idea la traslada al dibujo y de ahí al modelado en arcilla. Fabrica sucesivos moldes que cubre de escayola con una o tres capas en función del tamaño de la pieza. Inserta hierros para que se mantenga en pie y trabaja los volúmenes. Después pasa a trabajar en el taller del fundidor donde también se realiza el acabado de la obra, la pátina que le da apariencias distintas e inesperadas a la pieza en función de la escultura, de su grano, de la temperatura y del ácido utilizado. Entre Irurre, Bruselas e Italia, donde funde el grueso de su obra, se va labrando su proyecto artístico y vital. Su creatividad durante todo este tiempo es desbordante.

En junio de 2017, el Servicio de Museos del Gobierno de Navarra reconoció al Centro Henri Lenaerts como Colección Museográfica Permanente, integrada en la Red de Museos de Navarra.

En las décadas de los 80 y 90, realizó grandes obras de interés público. Primero, en 1982, los bustos de sus Majestades el Rey Balduino y la Reina Fabiola (del natural). Después, el monumento de Charles Buls, situado en la plaza del Ágora. En 1994, el “Vuelo de Ícaro” (5,60 m de altura), instalado en Anderlecht. Después, en 1996, otro busto del natural del Rey Balduino, una obra que le llevó un esfuerzo de seis meses para poder transmitir lo que él entendía indispensable. Su trabajo como retratista es cada vez más reconocido y realiza piezas para amigos y amigos de amigos que le encargan un busto. En sus bustos vemos cómo es capaz de captar a través del rostro lo más íntimo del sujeto. Dos facetas del artista que responden a una misma intención. A través del cuerpo indagar en el sujeto, en su capacidad de trascendencia. Y a través del rostro imaginar y recrear la intimidad del sujeto.

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